Una portilla que se cierra para
siempre… En un lado la lobreguez, el silencio… En el otro la excelsa claridad,
herida, magullada, quejumbrosa, pero ilustre y dinámica, rabiosa prensando los
puños y con la visual oteando un horizonte hacia el que progresar firme, bizarro…
Una puerta que se cierra para
siempre pero incapaz de retener a millares y millares de indelebles recuerdos
que fluyen intensos cuando parecían dormidos… Emociones que de su letargo, afloran
ahora intratables y demoledoras, pero que se niegan a guarecerse en chaflanes
de olvido y que espolean a un alma arañada, a volar hacia un futuro que colosal
se le ofrece.
Un bateo de alas constante, sin volver atrás la mirada, cadencioso como
una máquina perfecta, que en una perenne
inyección de brío, sincrónica jalea laboriosas piezas, derrochando “julios” de
esperanza que dan lustre a una brisa, antojadiza y serena.
Un navegar ineludible, sembrado de incertidumbre, donde prima la supervivencia por encima de los miedos, donde se hace patente la necesaria voluntad de la aceptación vital.
Un caminar necesario sobre las
sendas de un destino ya escrito, que
disfrutar y descubrir.
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