jueves, 6 de junio de 2013

DE LA NIÑEZ A UNA SIMA

Pont du Gard (Francia)
En treinta y un años, le había vuelto a ver tres o cuatro veces y siempre como en un susurro, pues los encuentros pasaban fugaces turbados en la procesión de los sociales  cumplidos.  La última vez, de hecho, con el corazón dolido por tensiones que indirectamente me atañían y de las que, si bien me mantuve al margen, se produjeron heridas que por un tiempo mi inmadurez se negó a sanar; con razón quizás, pues me postulé en causas que creí justas, pero cometiendo el verde error de posicionarme en la postura de los fuertes sin tan siquiera tratar de buscar el epicentro de  aquello y opinar por mí mismo.

Después silencio e indiferencia, y mientras el tiempo tabicaba y condenaba la sala del mutuo afecto, la vida proseguía construyendo sobre los cimientos de las ilusiones tratando de ausentarse de aquello que, como muchos otros avatares mundanos, distorsionaba.
Mas los años van cayendo como losas y si otrora uno sacaba pecho reivindicándose como adalid de la justicia,  es ahora que la vida implacable, en el terrible momento en el que decide separarse de aquellos que han significado algo en ti, te amonesta y muestra ante tus ojos lo banal de aquellos entresijos que te distanciaron.

Lo frío de una madera noble en una tarde de primavera, una sima entre otras ya ocupadas y manos temblorosas sosteniendo media vida. Una soga que mientras la sueltas, conduce tus recuerdos al abismo y un pedacito de corazón que se desgarra  abofeteando al orgullo para acompañar a recuerdos de una niñez que mi esencia nunca olvidará.


El tiempo reordena todo mas quizás, cuando ya es tarde.

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