UN INFINITO DE LUZ

Concurren lapsos en los que adivino, que transito al límite de lo descabal; en otros, sin embargo, bien pareciere que la lucidez excelsa se apoderara de todo y que el sendero vital, discurriera deslizándose por la nitidez pura, franqueada de verdes y fértiles prados por la coherencia abonados.

Distorsiona el pálpito de mi turbada sangre, el externo despropósito, incapaz de vislumbrar algo más allá de su propio ego, sometido a las turbas de un malentendido orgullo, que rasga el velo del templo sagrado del sincero cariño, devastando sin clemencia, con desproporcionados seísmos de terquedad y escala inédita.

Me aferro a la fortaleza de la paciencia, anclado por arneses de esperanza a muros desvencijados tras muchas batallas, abocados a saltar en pedazos en andanadas futuras, manteniéndome firme en la atalaya del desencuentro, en negación a lo obvio, a la espera de que la tempestad amaine y todo revierta a su natural espacio.

Es entonces, tras la tormenta,  cuando el silencio; en esas ocasiones que asoma sublime en las puertas del espíritu, irrumpe balsámico en la platea de una mente, que agradecida en la calma, sale de su forzado letargo, hilvanando consecutivas series de sincera voluntad por construir y retirar cuanto antes ripios y cascajos para continuar su camino.

Es entonces, cuando amanece en clave de constancia y los rayos del amor copan el infinito de luz, arrancando de mi rostro una sonrisa sincera y de mi ánima un clamor que afirma, que merece la pena luchar.