Tras veintiún años en el “trullo”, abandonaba los muros de Soto del Real a las diez de la mañana. Un jersey a rayas, gorro de lana y la vieja mochila al hombro, era todo el equipaje que consigo portaba.
-¡A mí me han metido veinte años en la cárcel por la cara!, por eso cojo un taxi y me voy como un ciudadano libre. ¡Yo no he hecho nada!- Afirmaba arrogante ante la marabunta de periodistas que le esperaban a la salida de la prisión.
Había sido condenado a cuarenta y cuatro años, pero la mansa legislación del Estado, impedía el cumplimiento íntegro de la pena. Leyes en papel mojado al servicio de quien se jactaba ante los medios de no haber hecho en su reclusión, terapia alguna de reinserción “…porque no le hacía falta”.
Todo se remontaba al comienzo de la última década del pasado siglo. Era un sábado, en una ciudad cualquiera, donde una familia cualquiera, sin ganas de salir aquella tarde, cedía a los deseos de su hija de nueve años por acercarse a la casa de una amiga que vivía en un bloque cercano. Aun siendo reacios los padres a que la pequeña saliera sola a la calle, la insistencia de ésta, poderosa en cariños y arrumacos, logró finalmente su objetivo, y finalmente cedieron.
-¡Gracias mamuchi!- dijo la niña regalando a su madre esa mirada agradecida que siempre desprendían sus ojos.
Pero la pequeña, nunca llegó a casa de su amiga… La sombra del mal, la vio salir a la calle desde el ventanal de un bar y sin escrúpulos se fue a por ella… Y la engañó, diciéndole que la acompañara que sabía dónde estaba su amiga… Y la violó y destrozó la cabeza a golpes… Y la abandonó en un humedal, completamente desnuda y masacrada, cubriéndola con unas ramas…
Y ahora La Sombra del Mal, ocupaba el asiento trasero de aquel taxi, rememorando y deleitándose en aquello y maldiciendo su suerte porque un año antes del alboroto, no hubiera conseguido su objetivo de hacer lo mismo con la hermana de la pequeña, a quien cuando tenía ocasión siseaba a su paso “morena guapa” y que cuando tuvo la oportunidad de obtenerla, un vecino lo impidió amenazándole con el gato de un coche. Tarde o temprano se vengaría de aquel metomentodo –pensó para sí-. Ahora era momento de disfrutar de su libertad que tiempo para todo habría, concluyó en su mente mientras dejaba escapar de su rostro una sonrisa lacónica.
Estaba absolutamente convencido de que había sido injustamente condenado -¿Qué culpa tengo yo de que me prive el sexo?. ¡Es algo instintivo, de lo más natural! ¿Acaso nadie ve lo que hacen todos los animales… Además, yo la habría tratado con todo mi cariño, pero ella no quiso nada de mí y me arañó y me dio patadas y se me fue la mano… ¿Qué otra cosa podría haber hecho?-
-Adonde vamos- pregunto el taxista a quien protegía una mampara.
-Llévame a la Casa de Campo, que me han dicho en el “chabolo” que hay unas negras de impresión que por cuatro perras te la chupan-
-Le saldrá cara la carrera- avisó el chófer-
-Eso no creo que a ti te importe mucho. ¡Tú llévame y punto!-
-Yo le llevo a donde usted quiera, pero no es la primera vez que me la lían cuando recojo aquí. ¡qué maldita sea mi estampa! ¡si no fuera porque mi jefe me obliga a frecuentar esta parada, no venía yo ni de coña!-
-¡La madre que me parió!, si no fuera por esta puta mampara y porque me busco la ruina, te arrancaba la cabeza. ¡Toma! ¿Te parece bien esto?- dijo contrariado mientras le ofrecía dos billetes de cincuenta euros-
-Me parece- concluyó el taxista mientras recogía del compartimento el dinero-
Cuando el vehículo arribaba a las estribaciones de Batán, el iris de los ojos del cliente se tornó especialmente brillante. Decenas y decenas de meretrices deambulando en las cunetas de la carretera, tan solo cubiertas con escuetos tangas de todo a cien increpando con insistentes movimientos de brazos a que los coches pararan para prestar sus servicios.
No precisó de tiempo La Sombra del Mal a la hora de elegir desahogo, y es que a las primeras de cambio, toparon con una muchacha rubia, cuyo maquillado rostro escondía la asustadiza cara de una menor.
-¡Para aquí y me esperas!- dijo el cliente.
-No oiga, que yo no espero a nadie. Haga usted lo que tenga que hacer y a mi déjeme que yo no puedo estar aquí perdiendo el tiempo- dijo el conductor.
-¡Me estás tocando ya los cojones!- gritó mientras le enseñaba otro billete de cincuenta.
-Guárdese su dinero que paso de perder tiempo. Por aquí pasan cientos de taxis a lo largo del día y no tendrá problema para tomar otro después. ¡Yo me largo!- Concluyó el chofer a la par que ponía en el hueco de la mampara el cambio del coste de la carrera.
-¡Será cabrón “el pesetas”!. Lárgate “hijoputa” y da gracias que no estoy en situación de complicarme la vida que si no te ibas a enterar tú de quién soy yo- Dijo mientras se bajaba del coche y cerraba la puerta de un tremendo portazo.
Su gesto de ira se transformó en sonrisa lobuna cuando contemplo a aquella chica que esperaba cruzada de brazos apoyada en una señal de tráfico.
-¿A dónde me vas a llevar rubia?- preguntó socarrón ofreciéndole a la chica el mismo billete con el que minutos antes había tratado de convencer al taxista.
La muchacha, tomó el dinero y sin mediar palabra se dirigió hacia el interior del parque haciéndole un gesto con el dedo para que le siguiera. En una estrecha vaguada flanqueada de matorral, la prostituta extendió una toalla que sacó de un enorme bolso y quitándose la ropa interior se tumbó boca arriba sobre ella esperando a que aquel miserable comenzara con el rutinario ritual…
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Al día siguiente, un hombre que caminaba por el parque se topó con una escena dantesca. Un individuo yacía en el suelo, ensartado en una vara de pino que le entraba por el orificio anal y asomaba en el lado opuesto entre los restos de ensangrentadas piezas de dientes y dos labios acicalados con el color de la muerte.
La policía confirmó que previamente le habían introducido por el recto, el cañón de un 38 que había reventado sus tripas; el mismo del que había salido el proyectil cuyo impacto a quemarropa presentaba la cabeza.
En tanto, un taxista de circunstancias, descansaba en su casa de una ciudad cualquiera, al lado de su rubia hija, mientras telefoneaba a su hermana:
¡Todo se ha consumado, descansa!
Guauuu, pone los pelos de punta...el tío claro...¿viene a cuento del tipejo ese que ha salido de la carcel hoy, no?...me ha impresionado y me ha gustado..
ResponderEliminarCuchicuchi: A cuento viene... El final suena de justicia y aun sin compartir Ley del Talión, creo que sería un final adecuado para este malnacido. Gracias por tu comentario compi
ResponderEliminarAquí en Venezuela decimos "el q a hierro mata no puede morir a sombrerazos" Excelente tu narrativa como toda tu literatura.
ResponderEliminarMe ha sorprendido mas la realidad. Pero el relato es impecable como siempre. Vamos compi! @legna1212
ResponderEliminarMuy buen relato.
ResponderEliminarUn abrazo
Creo que si me ha resultado corto, no creo que fuera un mal final para aquellos que creen tener el derecho de creerse sus propios delirios con personas que no pueden defenderse...abrazzzusss
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