En Beteta, cuando la escarcha aún duerme sobre las piedras, Alejandro se adentra en la vega. Cada vara de mimbre es una conversación con la tierra: la toca, la observa, como si leyera en sus fibras los suspiros de la naturaleza.
Su abuelo le enseñó que el mimbre crece mejor cuando se lo respeta, y así lo cultiva, entre silencios y paciencia, cuando los chopos aún no despiertan y el frío no impide que la savia se prepare. El río Guadiela, tímido y persistente, acompaña sin hablar.
En su taller, el fuego crepita bajo haces de mimbre que esperan transformarse. Alejandro trenza sin prisa, como quien reconstruye historias: pastoras cruzando la sierra, niños escondiendo secretos entre las varas, gancheros que conocen el río por su sonido antes que por su cauce.
Dicen que el mimbre de Beteta tiene memoria. Que no se dobla sin querer. Alejandro lo cree. Porque cada cesto lleva algo más que forma: lleva el pulso de generaciones, el diálogo silencioso entre manos y paisaje.
En Beteta, el mimbre no es sólo cultivo. Es el idioma secreto con el que la Alcarria Conquense, en su abrazo con la Serranía, habla del tiempo y de quienes saben escucharlo.
Costampla
Primer premio "II Concurso de Microrelatos Beteta Cultural" 2025
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