Recobré el aliento y cuando fui capaz de alzar la mirada ya
nada era lo mismo, pareciere como si la Libertad anduviera cautiva, como si la
primavera fuera gélida, como si el cielo revelara miserias, como si el mar anduviera
por insalvables penas.
Sonaba una guitarra a golpe de quejido y llanto siguiendo el
ritmo del crepitar de una fogata, notas quejumbrosas acompañando a la tristeza
de la oscura noche y ni una brizna de brisa que aliviara tanta y tanta soledad.
Adentrado en el Páramo de la Adversidad, mis manos sudorosas
reñían con el blanco de la niebla, tratando de adivinar camino, retando a las
miserables sombras por una brizna de luz, mas no hallaba resquicio ni grieta donde
aferrar la melancolía.
Caí a tierra, derrumbado, sometido al peso del día a día, cargando sobre la espalda, discordancia y contrariedad,
retorciéndome entre gemidos de incomprensión… Bajé al suelo, cansado,
derrotado, incrédulo a la esperanza, renegando ante el vacío...
Y la tierra tembló, en estertores de valentía, y el cielo se
abrió, como pétalos risueños, los manantiales brotaron, las copas de los
árboles, bramaron, alentadas por un
soplo de fresca brisa… y una mano asomó, que me dijo: “Cabeza arriba, no tengas
prisa”
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