He transitado por el arcano del desierto
de la soledad, donde no había tregua que al corazón reposara, ni oasis que la sed del alma aplacara. He deambulado por los rasos de lo inhóspito,
donde tan solo moraban desazón, pena y tristeza, un resuelto mar de desolación, rompiendo sus
olas sobre castros de desamparo, atalaya de cimientos otrora recios, que se turbó
con cada rabioso envite de la ley vital.
De la mano de la fiel esperanza,
que celó el tesoro de la ilusión, que día a día regó el jardín de mis sueños,
que arrancó los espinos que se apoderaban de la tierra de mis sentimientos, me
he allegado al final de un sombrío horizonte que da paso a otro de luz
pletórico, albor de colosal perspectiva, primavera deseada tras un largo y despiadado
invierno.
Dejaré a mano mi tabardo, colgado
de la percha del ropero de los reveses, mas en tanto, voy a salir a la calle, a
deleitarme en los cromas de las flores que, como yo, retoñan abriendo sus
pétalos en una orgía de vida.
Es el Amor
quien me aviva, el de los que perdí y el de los que están, piedra roseta de mi
fuerza y optimismo, tallada con cinceles de fe.
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